Antes de comenzar la Universidad recuerdo que vi un anuncio de un curso de “cómo hablar en público y cómo hacer presentaciones eficaces” en un periódico de tirada nacional. El curso lo impartían en una antigua academia de la Plaza de Felipe II de Madrid. Me llamó tanto la atención que convencí a mis padres para que me dejaran ir con mis hermanos, que por entonces tenía dos estudiando en la capital, y asistir al curso.
Tras el paso de los años, todavía recuerdo una anécdota que contó el ponente sobre la importancia de tener una actitud positiva y pensar en todo momento que la ponencia saldrá muy bien. Nos lo contaba de esta manera:
«Imaginaros que dentro de nuestra cabeza tenemos un gran cine donde el proyector se encuentra en la coronilla y la pantalla es la frente. Diariamente asisten a la sala miles de millones de neuronas, unas más altas, otras más bajas, unas más gordas y feas, otras más guapas y lozanas. Se reúnen en la sala de proyección para ir viendo lo que toque proyectar ese día: ni más ni menos que la proyección de todos nuestros pensamientos. Todo lo que pasa por nuestra cabeza es visionado por tantas neuronas que nos asustaría saber el número.
Hay días en los que las neuronas se aburren mucho porque la película que están viendo no les motiva y prefieren estar hablando entre ellas y seguir comiendo palomitas y refrescos por el mero hecho de que pase el tiempo. Pero otros días son mucho más interesantes, como por ejemplo, el día en el que el “dueño del cine” tiene que dar una conferencia ante muchas personas o tiene que hacer una intervención en público. Entonces es cuando se ponen en alerta, sueltan palomitas y demás chucherías para prestar la mayor de las atenciones.
De repente comienzan a ver pensamientos de inseguridad, de miedo, pensamientos que proyectan a la persona equivocándose o cayéndose con el escalón maldito que hay justo antes del atril. Unos pensamientos que aseguran que cuando salga a la palestra no lo va a hacer bien y hará un ridículo espantoso.
Entonces es cuando las neuronas hablan entre ellas y organizan al «pelotón de aviso», un grupo de neuronas muy veloces que se dedican a ir por todo el cuerpo (órganos vitales, extremidades, glándulas, etc.) avisando que se vayan preparando para lo peor. Que lo que ven en el cine no es nada bueno y que todos deben estar prevenidos para la hecatombe.
Cuando llega el momento de la verdad y tenemos que salir a hablar en público, todo nuestro cuerpo está ya avisado y puesto en alerta de esos “malos pensamientos” que tuvimos antes de la intervención y… no sabemos cómo puede pasar, pero en la mayoría de las ocasiones se mete la pata en algo de lo que hemos pensado.
¿Y sabéis por qué? Porque nuestro cuerpo está predestinado a que ocurra y seguro que ocurrirá. Por este motivo es muy importante que nuestros pensamientos antes de una intervención sean totalmente contrarios: lo voy a hacer muy bien, no me voy a equivocar, esto está “chupao”, les va a encantar y, si en algo me equivoco, saldré airoso con algún recurso».
Esta es la actitud que debemos tener antes de la intervención. Nos ahorrará muchos disgustos.